El indicador sintetiza la tendencia generalizada al fuerte crecimiento de la superficie urbanizada en contraste con un crecimiento medio de la población y, como consecuencia, un marcado aumento en el promedio de superficie urbanizada por habitante, durante las últimas décadas.

En los 16 casos que se actualizaron a 2019, habita el 50% de la población total del país. Este estudio demostró que, en estas grandes ciudades, el consumo de suelo por habitante se incrementó un 30% en el periodo 1991-2019 (de 115 a 150 m2 por habitante). Mientras la superficie urbana creció en un 77%, la población lo hizo solo en un 35%.



Para el periodo 1991-2010, en los 49 casos observados, el promedio de consumo de suelo por habitante de la muestra creció un 31% (de 127 a 167 m2/hab).



Uno de los fenómenos más marcados es el aumento de la demanda de suelo residencial, en la medida que los sectores de ingresos medios y altos han optado en los últimos años por desplazar su residencia principal a las periferias de las ciudades, adoptando tipologías residenciales de baja densidad que no superan los 60 habitantes por hectárea; al mismo tiempo que los procesos de verticalización en las áreas centrales no están acompañados necesariamente de un aumento de densidad residencial sino del incremento de las superficies destinadas a servicios y la construcción de vivienda para resguardo de valor, con altas tasas de vacancia.



Del análisis de la información producida, se observa un generalizado aumento del consumo de superficie por habitante, sin distinción de escala de ciudad o pertenencia regional de los casos. Se trata de un proceso que ha sido identificado y caracterizado en contextos muy diferentes a nivel mundial.



Esta tendencia tiene como consecuencia una mayor dificultad de los gobiernos locales para proveer a la población de equipamientos, infraestructuras y servicios urbanos básicos, a lo que se suman los efectos ambientales de la expansión, vinculados al consumo energético, la pérdida de suelo destinado a la producción agrícola, las dificultades en materia de movilidad (ver indicador Accesibilidad al transporte público), etc.



Este patrón de crecimiento con alto consumo de suelo implica la conformación de una ciudad cada vez más fragmentada con, por una parte, grandes extensiones de territorio destinadas a la residencia de los sectores de mayores ingresos y dejando, por otra parte, espacios desvalorizados, ambientalmente críticos y desprovistos de los atributos de la urbanización, para los sectores de menores ingresos.



La evolución de este indicador plantea la necesidad de diseñar políticas públicas e instrumentos de gestión territorial que apunten a contener la expansión urbana indiscriminada, a encontrar formas de densificación que se integren a los tejidos urbanos existentes, y a generar una redistribución equitativa de los costos y beneficios de la urbanización.